Desde que empezó la pandemia se había
hablado mucho de la utilidad de llevar mascarilla o no. Decían que las caseras
no servían porque normalmente estaban elaboradas con tela de algodón. El caso
es que entre tanto y tanto, hasta se pusieron de moda; la gente las llevaba
vaqueras, con encajes, de flores, etc.
Aunque la mortalidad estaba
descendiendo considerablemente, el gobierno obligó a adquirir la mascarilla
reglada. Obviamente todos los ciudadanos pensaron que esta era una forma más de
lucrarse las altas esferas. Pero no. Sorprendentemente, se iban a ir
repartiendo por cada casa de forma gratuita.
En algún lugar del mundo… una
fabrica montada en apenas dos días no daba abasto en la confección y montaje de
las mascarillas anti covid 19.
¡Venga, daros más prisa! Lleváis
toda la mañana preparando los pedidos. Ya sé que estamos todos agotados, pero
hay que terminar con esto.
—¿Estas para dónde van, jefe?
—Déjame ver el listado. Tenemos un pedido de dos millones
para…, bueno, poco importa ya el país, al final quedaran todas las ciudades
cubiertas sin problema. Además, tenemos orden de que a día de hoy salga todo el
material y se cierre la fábrica.
—¿Pero…,
y sí se necesitan más, patrón?
La
pregunta del empleado quedó en el aire como tantas otras que se hacía Juan, el
jefe, sobre todo lo que estaba pasando.
Entretanto, centenares de camiones
estaban siendo cargados e iban saliendo hacia el aeropuerto.
Un día después, el ejército se
desplegó por todas las ciudades para cubrir a la población yendo casa por casa
y que nadie quedará sin su mascarilla.
Y un día después, mientras el
silencio con olor a muerte había barrido todas las ciudades. Juan dormía agotado
en su cama. En la mesilla de noche un vaso de agua y una mascarilla debidamente
precintada.