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martes, 14 de noviembre de 2017

La conciencia



Me impacienté. Llamé en voz alta.
—¡Quiero sentirte!
No hubo contestación. Volví a llamar.
Tampoco me contestó.
Grité su nombre una y otra vez.
Un silencio sepulcral por respuesta, solo roto por el crujido de las castañas asándose.
No quería enfrentarse a mí.
Seguro pensaba que yo era un monstruo. No, no. Estaba equivocada. El monstruo era ella.
Grande y desproporcionada ocupando mentes casi siempre vacías, que llenaba de miedos, vergüenza y dolor.
Mi desesperación por encontrarla era tan grande que me hacía buscar sus indicios incansablemente dentro de cualquier cerebro.
No era algo tangible, eso decían. Yo estaba convencido de todo lo contrario.
Hoy he metido en formol tres cerebros, mi día estaba cumplido.
Observé los cuerpos sin vida; aún me miraban con los ojos muy abiertos.
Y si la respuesta estuviera ahí.
Sí eso debía ser….
Me llevé una castaña a la boca mientras bajaba al fondo de mi abismo, donde seguramente resolvería mi pregunta.