Un pájaro pasó sobre el aire
y no lo vimos.
Sólo quedó el temblor,
una línea de sombra
dibujando el cielo.
Así vuelves tú.
No con cuerpo.
No con promesas.
Con el peso leve
de una canción dejada
sobre el borde de la tarde.
Y yo —¿quién soy?—
quizá la rama que aún tiembla,
el fuego que no se nombra
pero arde
bajo la nieve intacta.
Hay una ventana abierta
y el vaso limpio
donde aún cabes tú.
Porque el tiempo,
aunque no vuelva,
sabe de regresos.
Y algunos silencios
son sólo
la respiración del deseo
cuando aún no se atreve.
Raquel Fraga
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