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miércoles, 27 de febrero de 2019

EN LA ORILLA DE TU MUNDO



De nuevo me descubría sentada a la orilla del río vestida con la misma ropa de siempre.
No era muy consciente de por qué pasaba las horas muertas allí, aunque tenía muy claro que esperaba algo y mientras lo hacía mi rostro se reflejaba ondulante en el vaivén de las aguas. Entonces sonreía y empezaba a recordar…
Era la misma joven que corría por la alameda intentando despistar a Arturo, que al final siempre me encontraba; no importaba donde me escondiera. Pensaba que el viento era su cómplice y le delataba mi paradero, y en cierto modo tenía razón, porque un día me reveló que seguía el rastro de mi perfume.
Apenas había cumplido dieciocho años, cuando Arturo intentó ponerme un anillo en el dedo. Tuve que decirle que no me sentía preparada. Entre mis ambiciones no estaba el matrimonio. Yo era libre, no podía atarme a nada, ni a nadie.
A partir de ese momento todo cambió. Ya no corría tras de mí, ni me regalaba sonrisas; de hecho, jamás volvió. Y yo, al igual que hoy, me sentaba en la orilla del río, a la misma hora que quedábamos siempre, a esperarle.
Recordé entonces nuestro último día. Se acercó a mí con la mirada triste y su abrazo fue tan fuerte que sentí como me faltaba la respiración; entonces me cogió en sus brazos llevándome río adentro, me sentó en una roca y, me puso el anillo que un día rechacé. Ante mi estupefacción y sin dejar de mirarme se dejó llevar por la corriente perdiéndose entre los rápidos. Intenté ayudarle, pero el río tuvo más fuerza y me lo arrebató.
Aún le espero, cada tarde lo hago. No quise atarme a su vida y ahora estoy atada a su muerte.



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