Se lo dije en voz baja,
como quien le habla al humo antes de que se disuelva.
No era un reproche.
Era una despedida tranquila.
Como esas mujeres que cierran la puerta del amor
sin golpearla,
pero dejando claro que no van a volver.
Le dije:
“No por falta de ganas.
Por exceso de realidad”.
Y bajé la mirada,
como quien recoge del suelo
las migas de algo que alguna vez fue pan.
Él no dijo nada.
Porque a los hombres como él
los silencia el respeto…
o la cobardía.
Nunca supe cuál.
Pero supe esto:
Que a veces amar es quedarse.
Y otras, amar es saber irse
cuando ya no hay nada que se pueda construir
sin hacer daño a alguien más.
Le dejé una pausa larga,
como una última canción sin letra.
Y al irme, no llevé reproches.
Llevé su nombre
guardado en el bolsillo izquierdo,
donde se ponen las cosas que no se olvidan,
pero tampoco se usan.
Raquel Fraga
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