Este poema nace desde la saturación.
No busca consolar, ni edificar.
No pretende ser faro ni bálsamo.
Es un espejo sucio y deliberado de una era que se cree eterna por estar conectada.
Cátedra de Ruido es una crítica disfrazada de verso,
un manifiesto en lenguaje de red,
una cachetada suave con referencias culturales,
un intento de recuperar la voz antes de que todo se vuelva algoritmo y anestesia.
No hay nostalgia aquí.
Hay furia lúcida.
Hay memoria digital y carne real.
Y hay una certeza incómoda:
lo poético no ha muerto,
solo está rehaciendo su contrato con la verdad.
Vamos con el poema:
Hoy he venido a hablar
de los dioses que huelen a plástico quemado,
de los santos con filtros de Instagram,
de la patria pixelada en una story de ocho segundos.
No me hablen de futuro
si aún quedan cadáveres bailando trap en las aceras.
No me digan “ten fe”
cuando Dios es ahora un algoritmo en beta
y el milagro, un bug.
He visto a Kafka vendiendo seguros en TikTok,
a Cortázar llorando en una rave de gatitos psicodélicos,
a Pessoa peleándose con sus heterónimos por derechos de autor.
El mundo es un supermercado de angustias con descuento.
Y tú, ¿qué haces?
¿Le pones flores a tu avatar?
¿Pides perdón en cinco idiomas mientras firmas un contrato con Amazon?
Que no me hablen de belleza si aún
usan la palabra “resiliencia” como si fuera un emoji.
Que no me citen a Nietzsche sin haber sangrado
leyendo los comentarios de YouTube.
Yo,
hija ilegítima de Vallejo y Siri,
declaro la guerra al emoji triste,
a la paz falsa de las stories,
al capitalismo mindfulness
y al influencer que te vende incienso con trauma incluido.
Porque esto no es poesía.
Esto es testimonio de una era que arde con wifi.
Y si duele, mejor.
Porque el dolor aún no se ha vuelto trending topic.
Raquel Fraga
Derechos reservados
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