No estás.
No estoy.
Y, sin embargo,
nos tenemos.
No en la cama,
ni en la casa,
ni en los días compartidos.
Nos tenemos
en esa grieta sagrada
donde nadie más entra.
Tú allá,
yo aquí,
pero en el centro exacto
de algún silencio,
nos rozamos.
A veces
dueles.
Otras,
salvas.
Y hay días —lo confieso—
en que tu nombre
es mi única verdad.
No pido nada.
No espero nada.
Pero hay algo tuyo
que sigue en mí
una luz escondida
debajo del pecho.
Y si esto es todo,
si esto es lo único…
también está bien.
Raquel Fraga