Ensayo sobre la influencia de Quevedo en la obra de Octavio Paz.
Introducción
El poema “La caída” de Octavio
Paz (1914-1998) constituye un
fascinante punto de encuentro con la tradición barroca y la obra de Francisco
de Quevedo. Este ensayo se propone estudiar la relación entre el poema de Paz y
el Barroco, con especial atención a las resonancias quevedianas, para
desentrañar cómo estos elementos se entrelazan y se reflejan en la poética de
Paz.
Para entender bien la magnitud de “La caída” incluido en el libro Libertad
bajo palabra, es pertinente situarla dentro de su contexto histórico y
cultural: en la década de 1940 en México, durante la transición política hacia
la democracia, donde, de forma paralela surge un renacimiento cultural que
defendía la revalorización y la búsqueda de las raíces indígenas y mestizas del
país.
Análisis de “La caída”
“La caída” es un poema estructurado en dos sonetos (forma estrófica
preferida por Quevedo), cada uno de
ellos formado por dos cuartetos y dos tercetos.
Este tipo de soneto se conoce
como soneto francoiseses[1]
(la cultura francesa ha dejado marca en toda su creación, de ello existe
abundante bibliografía).
Ambos poemas tienen rima:
“ABBA, ABBA, CDC, EDE”. Son versos de arte mayor, endecasílabos, y con rima
consonante.
Estudiamos como ejemplo, la
métrica del primer cuarteto del soneto:
A-bre-si-mas-en-to-do-lo-cre-a-do Verso melódico corto.
11sílabas.
Ritmo 1, 3, 6, 10. Rima con -ado.
A-breel-tiem-po-laen-tra-ña-de-lo-vi-vo Verso melódico corto. 11sílabas.
Ritmo 1, 3, 6, 10. Rima con -ivo.
Yen-lahon-du-ra-del-pul-so-fu-gi-ti-vo Verso melódico puro. 11 sílabas.
Ritmo 3, 6,
10. Rima con -ivo.
Se-pre-ci-pi-tael-hom-bre-de-san-gra-do Verso sáfico corto. 11 sílabas.
Ritmo 4, 6, 10. Rima con -ado.
Octavio Paz versus Quevedo
La influencia de Francisco de Quevedo en la producción literaria de
Octavio Paz ha sido una constante a lo largo de su carrera, comenzando en sus
primeros años como escritor. Según el crítico Manuel Ulacia, esta influencia se
evidencia inicialmente en los sonetos amorosos de Paz de la década de 1930
(p.105). No obstante, “durante la década de 1940, Paz comenzó a explorar y
valorar más profundamente aquellos elementos de la obra de Quevedo que
presentaban al poeta en un estado de conflicto y tormento interno” (Mutis, 1979).
Esta transición indica un enriquecimiento en la apreciación quevediana de
Paz, evolucionando desde la estructura formal hacia la exploración de
cuestiones más profundas y existenciales.
En “La caída”, la voz poética de Octavio Paz entabla un profundo diálogo
con la estética barroca y la figura de Francisco de Quevedo, no solo en la
temática y el estilo, sino también a través de la adopción de recursos
retóricos distintivos de aquel movimiento literario.
El primer soneto refleja una aguda percepción de la efímera existencia
humana y la ineludible huida del tiempo, reminiscente de la obra de Quevedo y
su soneto: “¡Cómo de entre mis manos te resbalas!” (Quevedo, 2008: 240). El segundo soneto, por su parte, nos adentra
en un laberinto de desesperanza, un camino sin retorno ni promesa de salvación.
La obra de Paz se entreteje con la tradición barroca, evidenciando una
intertextualidad que va desde alusiones explícitas hasta la integración de
preocupaciones estéticas y formales propias de la época de Quevedo.
La antítesis[2],
una técnica distintiva del Barroco, es hábilmente utilizada por Paz en “La
caída” para profundizar en las dualidades de la existencia. Este recurso, que
Quevedo dominaba con una gran maestría, y que se refleja en su célebre soneto
“Es hielo abrasador, es fuego helado”, lo retoma Paz para hablar sobre la
condición humana, como la vida y
la muerte, la presencia y la ausencia, lo eterno y lo efímero.
Por ejemplo, en primer cuarteto
del segundo soneto, Paz escribe:
“Prófugo de mi ser,
que me despuebla
la antigua
certidumbre de mí mismo,
busco mi sal, mi
nombre, mi bautismo,
las aguas que
lavaron mi tiniebla”. (Paz,2022:
127)
Por un lado, tenemos: “Prófugo
de mi ser” frente a “la antigua certidumbre de mí mismo”: Aquí, la
antítesis se presenta entre la sensación de huir de uno mismo (“prófugo”) y la
seguridad o certeza que antes existía (“antigua certidumbre”).
En los siguientes versos:
“Busco mi sal, mi nombre, mi bautismo” frente a “las aguas que
lavaron mi tiniebla”. De nuevo, se crea un contraste entre la búsqueda de
identidad y purificación, y la oscuridad o confusión previa.
Esta antítesis resalta la lucha
interna del hablante poético entre la pérdida de sí mismo y la búsqueda de
significado. El uso de opuestos crea una tensión emocional y añade profundidad
al poema.
Estos versos reflejan las
influencias quevedianas en la forma en que Paz contempla la existencia humana
como una tensión entre opuestos, una característica esencial del pensamiento
barroco.
El simbolismo complejo es otro
aspecto del Barroco que Paz incorpora en su poema. Al igual que Quevedo, que
utilizaba de forma recurrente símbolos cargados de múltiples significados para
profundizar en las reflexiones sobre la moral y la sociedad, Paz emplea también
símbolos que evocan reflexiones filosóficas profundas.
Analizamos en este aspecto el
segundo cuarteto del segundo soneto:
Me dejan tacto y
ojos sólo niebla,
niebla de mí,
mentira y espejismo:
¿qué soy, sino la
sima en que me abismo,
y qué, si no el no
ser, lo que me puebla? (Paz,2022: 127)
En estos versos, se utiliza la niebla
como una metáfora para representar la confusión y la pérdida de identidad. La
niebla, que impide ver claramente, representa aquí la dificultad de comprender
o definir el propio ser, sumergiendo al yo poético en un estado de
incertidumbre y desorientación.
En esta imagen se ve claramente
como el pensamiento barroco hace huella en la obra de Paz, donde la realidad a
menudo se presenta como ilusoria y engañosa. Aquí, la sima se emplea
como símbolo de la introspección, lo que nos sugiere un descenso hacia las
profundidades del ser. Esta metáfora es afín con la idea de caída que da título
al poema, ampliando su significado para incluir no solo una caída física, sino
también una caída espiritual y existencial hacia el autoconocimiento o, aunque
pudiera parecer paradójico, hacia el reconocimiento de la propia vacuidad.
En el poema, Octavio Paz revitaliza el simbolismo y las figuras
literarias del Barroco, destacando el uso del hipérbaton[3] para modular el ritmo y
enfatizar la expresión poética. Esta técnica, dominada por Quevedo para
conferir complejidad y musicalidad a sus versos, es hábilmente adoptada por
Paz, quien la emplea para tejer una textura poética que resuena con la
tradición barroca y, al mismo tiempo, refleja su propia sensibilidad moderna y
vanguardista.
Paz podría estar empleando esta
técnica para crear una sensación de desequilibrio y tensión como tema central
del soneto.
Ponemos ejemplo de algunos
versos con hipérbaton: “Abre simas en todo lo creado”, “y en la hondura del
pulso fugitivo”, “en el abismo de mi ser nativo”, “pierde el alma su sal, su
levadura”, y “mana el tiempo su ejército impasible” (Paz,2022: 126).
Otro recurso que encontramos en
el poema es la hipérbole. Aquí Paz utiliza este término con el propósito de
enfatizar sentimientos: “abre simas en todo lo creado, vértigo del minuto
consumado, pierde el alma su sal, su levadura, prófugo de mi ser que me
despuebla, y el espejo que soy me deshabita” (Paz,2022: 126-7).
Como se puede apreciar, todo
son exageraciones que dan intensidad al poema y remarcan con fuerza lo que el
poeta intenta transmitir. Recurso que también lo enlaza con una de las etapas
más gloriosas de la literatura española: «Evidente es la maestría de Quevedo en
el uso de la hipérbole: ¿Quién no recuerda el desaforado tamaño de los zapatos
de: aquel “clérigo cerbatana”, del Buscón, ¿cada uno de los cuales “podía ser
tumba de un filisteo”? ¿O a aquel paciente mulato del Sueño del infierno, “que
a puros cuernos tenía hecha una espetera la frente”?» (Blanch, 1981: 46).
Otra figura bastante usada por Quevedo y que encontramos en el poema es
la metonimia[4],
por ejemplo: Pierde el alma su sal, su levadura (Paz,2022:
126): Aquí, la sal y la levadura se utilizan como
metonimias para referirse a los elementos esenciales o vitales del alma.
Hasta aquí hemos visto como en “La caída” se refleja la riqueza de la
estética barroca, especialmente en el uso de figuras retóricas características
de la época, pero la resonancia de Quevedo en la poesía de Paz se evidencia
sobre todo en la reiteración de símbolos como el abismo y las cenizas,
que, dentro del universo poético de Paz, emergen como vehículos de una angustia
que ambos poetas comparten.
Un motivo literario destacado en la poesía barroca es el espejo,
que simboliza la introspección y la búsqueda de la verdad más allá de las
apariencias:
“El
espejo que soy me deshabita:
un caer
en mí mismo inacabable
al
horror del no ser me precipita”. Idem
Reflejando
el célebre verso de Quevedo: Soy un fue, y un será, y un es cansado
(Quevedo, 2024:51), se produce una ruptura del yo, incapaz de permanecer en el
presente, sintiéndose arrastrado por una corriente interna hacia la muerte: “he
quedado / Presentes sucesiones de difunto”.
El yo
se fragmenta, dejando de ser una entidad cohesiva para convertirse en algo
plural y discontinuo, un fenómeno que un crítico ha descrito, en relación con
Quevedo, como una dialéctica de dos nadas (Marcilly, 1978: 79). Paz
experimenta una escisión similar en su soneto.
El poeta se enfrenta a su propia multiplicidad y a la inautenticidad de
su ser, una lucha interna que refleja una angustia moderna, amplificada por la
influencia de Quevedo, a quien Paz ve como un precursor de la modernidad.
Este recurso, que en la tradición barroca servía para explorar la
dualidad del ser, en la obra de Paz se convierte en un medio para conectar el
pasado con el presente. A través de esta figura, Paz establece un diálogo con
Quevedo, reinterpretando los temas barrocos con una perspectiva contemporánea y
vanguardista, que responde a las preocupaciones de su época y a su exploración
poética personal.
Paz, al igual que Quevedo, explora la condición humana desde una
perspectiva que reconoce la caída, no solo en el sentido religioso sino también
existencial.
Paz adopta un lenguaje que,
aunque moderno, contiene ecos del formalismo y la riqueza léxica del barroco.
La elección de palabras y la construcción de las imágenes muestran una clara
influencia de la poesía de Quevedo, conocida por su ingenio lingüístico y su
capacidad para explorar los abismos del alma del hombre a través de un lenguaje
cargado y ornamental.
El barroco, con su tendencia
hacia la complejidad, el contraste y la ornamentación, encuentra en “La caída” algo
así como un eco contemporáneo.
Paz, al igual que los poetas
barrocos, emplea un lenguaje rico y elaborado, lleno de imágenes sorprendentes
que buscan capturar la multiplicidad y contradicción de la experiencia humana. Además,
la huella de Quevedo se hace patente en la agudeza intelectual y la profundidad
filosófica del poema, elementos que caracterizan la obra del poeta español.
La temática de la fugacidad de
la vida, el desengaño y la reflexión sobre la muerte, tan presentes en Quevedo,
resuenan en “La caída”, donde Paz explora estas cuestiones desde una
perspectiva moderna.
Encontramos algo curioso y es que el nihilismo expresado por Paz,
resultado de una postura no demasiado cristiana, lo distingue del barroco,
aunque el escenario que examinamos detenidamente es el mismo. Se observa al
hombre caído, no por la conciencia del pecado, sino por su naturaleza de ser
dominado por el tiempo.
Acompañando a una visión existencial negativa y dolorosa, la tragedia del
hombre barroco, especialmente del español, radica en haber experimentado el
colapso de toda la estructura vital que había construido con paciencia.
Quizá las razones de un autor y otro no sean las mismas, porque teniendo
en cuenta la contextualización del poema, de la que hablábamos al principio,
podemos apreciar en este poema la angustia que se vivía en una ciudad de México
destrozada, que buscaba una salida a sus luchas revolucionarias.
En los dos sonetos que integran el poema, encontramos la historia del
hombre enfrentado a su propia condición de humano, en soledad, y en una lucha
agónica contra el tiempo.
La intertextualidad con Quevedo
se manifiesta en la forma en que Paz dialoga con estos temas, actualizándolos y
dotándolos de nuevas dimensiones.
“La caída” condensa de forma magistral la angustia metafísica ante la
fugacidad de la vida y la búsqueda de identidad del ser humano, retomando todos
esos símbolos barrocos, pero, eso sí, con un lenguaje vanguardista.
No hay que olvidar que la huella
de Quevedo en Paz no se limita a retomar símbolos barrocos, sino que implica
una profunda afinidad con su concepción del amor, la pasión y la visión desengañada
de la existencia humana.
Octavio Paz, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, se declaró
descendiente de Lope de Vega y Quevedo (Sánchez Ocampo, 2020: 126); además, en
múltiples ensayos y entrevistas, ha reconocido la profunda huella que Quevedo
dejó en su obra. En una
ocasión, para disipar cualquier duda sobre su admiración, Paz expresó: “Quevedo
fue uno de mis dioses” (Staton, 1998: 179). Este reconocimiento destaca la
estima que Paz tenía por la maestría literaria de Quevedo y su impacto en la
literatura contemporánea. Durante la elaboración de este ensayo, he descubierto
una abundancia de estudios críticos que examinan la conexión entre Quevedo y la
obra de Paz. Sin embargo, se percibe una necesidad de investigar más a fondo
los poemas específicos que reflejan este vínculo. El destino me guio hacia estos
sonetos y, para mi asombro, descubrí un tesoro de referencias y homenajes a
este poeta emblemático del Barroco, Quevedo, a quien he admirado fervientemente
desde mi primer encuentro con su poesía en la escuela, y que, sin duda, ha sido
el catalizador de mi propia pasión por leer y escribir poesía.
La presencia del Barroco, y en particular la obra de Quevedo, en la
poesía de Paz es evidente y ha sido objeto de su propia reflexión. En “Quevedo,
Heráclito y algunos sonetos”, Paz contempla la diversidad de registros en la
obra de Quevedo, señalando: “Quevedo no es un autor sino muchos; el Quevedo que
yo leía en esos años y al que trataba vanamente de imitar era el poeta
cristiano y estoico de los poemas al paso del tiempo, al pecado y a la muerte”
(Paz, 1994:125).
Esta observación no solo resalta la complejidad de Quevedo, sino que
también ilumina la búsqueda de Paz por una poesía que refleje la diversidad del
espíritu humano. A pesar de su gran admiración, Octavio Paz, tras leer a
Raimundo Lida sobre los manejos de Quevedo, matiza su perspectiva: “Sigo
leyendo y admirando al gran poeta y al gran retórico, pero no siento ya la
simpatía de antes por su figura” (Paz, 1994: 129).
No es nada sorprendente que Paz haya titulado a estos dos sonetos
entrelazados “La caída”,
porque estaba cautivado por el concepto de la caída como un
reflejo de la ansiedad existencial, y parece claro que fue la poesía de Quevedo
la que le proporcionó el impulso para explorar el abismo como una metáfora de
la angustia.
Paz mismo admite la influencia de Quevedo, citando dos versos de Lágrimas
de un penitente que lo impactaron profundamente y que él describe como un
“diagnóstico de la enfermedad de ser hombres”.
Estos versos, “las aguas del abismo / donde me enamoraba de mí mismo”,
anticipan la idea que Paz desarrollaría sobre la caída interna y su relación
con los espejos.
Es crucial señalar que los motivos de Quevedo presentes en los poemas de
Paz que examinamos son meros préstamos literales y más reinterpretaciones
personales de Paz de estos elementos poéticos.
Siguiendo esta línea de pensamiento, se podría decir que el abismo
y las cenizas en “La caída” no son meras traslaciones de la poética
quevediana, sino más bien ecos del poeta barroco a través de la mirada de su
lector contemporáneo, evidenciando una influencia significativa.
La poesía de Paz, enriquecida por la sombra de Quevedo, se erige como un
puente entre el pasado y el presente, entre la tradición y la modernidad, y
entre la certeza y la duda.
Conclusión
Al adentrarnos en “La caída” de Octavio Paz, nos encontramos no solo con
un eco del Barroco, sino con un espejo que refleja nuestras propias inquietudes
existenciales. Este poema podría haber sido un homenaje a Francisco de Quevedo[5], porque es un puente
tendido sobre el abismo del tiempo, conectando el ayer con el hoy, el yo con el
otro.
En cada verso, Paz no solo dialoga con Quevedo; nos invita a nosotros,
los lectores, a sumergirnos en ese diálogo, a sentir el vértigo de nuestras
propias caídas y contemplar la fugacidad de nuestra existencia.
La poesía de Paz, enriquecida por la sombra de Quevedo, se convierte en
un espacio donde la angustia y la belleza coexisten, donde la búsqueda de
identidad se entrelaza con la aceptación de nuestra propia transitoriedad.
En este poema, Paz logra algo extraordinariamente humano: transforma el
lenguaje en un lugar de encuentro, un lugar donde las palabras del pasado
resuenan con urgencia contemporánea, donde las preguntas de Quevedo se
convierten en nuestras preguntas, donde la poesía se revela como un acto de
resistencia contra el olvido.
Este poema es un recordatorio de que, a pesar de los siglos que nos
separan de Quevedo, las grandes preguntas sobre el amor, la vida y la muerte
siguen siendo las mismas.
Paz, al reinterpretar estos temas barrocos, no solo nos muestra su
maestría como poeta, sino que también nos ofrece una mano, guiándonos a través
de la complejidad de nuestras propias emociones y pensamientos.
En última instancia, “La caída” es un testimonio de la capacidad del arte
para conectar épocas, culturas y almas. Octavio Paz, al igual que Quevedo en su
tiempo, se erige como un faro de la condición humana, iluminando nuestras
luchas internas y externas, y ofreciéndonos, a través de su poesía, un refugio
donde podemos enfrentar nuestras propias caídas con una mezcla de temor y
asombro.
Espero que este ensayo haya servido no solo para apreciar la profundidad de la influencia quevediana en la obra de Paz, sino también para inspirar una reflexión más profunda sobre cómo la poesía, ese arte sublime y eterno, sigue siendo un espejo en el que podemos, y debemos, mirarnos para entender mejor no solo a los poetas, sino también a nosotros mismos.
Bibliografía
Lope Blanch,
J. M. (1981). “Una nota sobre el estilo de Quevedo”. Thesis. Nueva Revista
de filosofía y letras.
Marcilly, C. (1978)
La angustia del tiempo y de la muerte en Quevedo. Francisco de Quevedo.
Ed. Gonzalo Sobejano: pp. 71-85.
Mutis, AM (1979).
Francisco de Quevedo en dos poemas de Octavio Paz. Universidad de Murcia.
Recuperado de
https://hpr-ojs-tamu.tdl.org/hpr/article/download/186/172
Paz, Octavio
(1994). Fundación y disidencia. Dominio hispánico. Obras completas del
autor 3. México: Fondo de Cultura Económica.
Paz, Octavio
(1988). Libertad bajo palabra. Edición de Enrico Mario Santí.
Catedra.
Quevedo, F. (2008). Obras
completas de Don Francisco de Quevedo Villegas: Edición crítica,
ordenada. Recuperado el 20 de abril de 2024, de
https://ia800907.us.archive.org/21/items/obrascompletasde02quev/obrascompletasde02quev.pdf
Quevedo, F.
(2024). Antología poética. Recuperado de https://www.elejandria.com/libro/antologia-poetica/de-quevedo-francisco/2134
Staton, A.
(1998). Octavio Paz y la sombra de Quevedo. En Inventores de
tradición: ensayos sobre poesía mexicana moderna (1ª ed., Vol. 38,
pp. 179–204). El Colegio de México. Recuperado de https://doi.org/10.2307/j.ctv43vsg5.9
Sánchez Ocampo, Juan Manuel (2020). «Quevedo en diálogo con Buxó, Arreola,
Borges y Octavio Paz». Argos, 7 (19): p. 126. Recuperado de http://www.argos.cucsh.udg.mx/pdf/n19_2020a/122_137_2020a.pdf
Ulacia,
Manuel. El árbol milenario: un recorrido por la obra de Octavio Paz.
Editorial Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, 1999.
[1]
Es una variante del soneto clásico cultivada sobre todo por poetas franceses,
de los que Joachim du Bellay y Pierre de Ronsard son sus máximos exponentes. Odisea, 16, 77. (2015).
[2]
Figura retórica que se utiliza para describir el opuesto exacto de algo.
[3]
Alteración del orden lógico o
gramatical de las palabras en la oración
[4]
Sustituye un término por otro con
el que guarda una relación de contigüidad.
[5]
El poema “La caída”, fue dedicado por Paz a la memoria de Jorge Cuesta (poeta y
ensayista) que fue amigo del escritor y el primero que reseño una obra suya: Raíz
de hombre en 1937 (Paz, 1988:126).
Raquel Fraga Sánchez
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