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jueves, 4 de julio de 2024

“La caída”: un diálogo con el barroco y Quevedo

Ensayo sobre la influencia de Quevedo en la obra de Octavio Paz.


Introducción

El poema “La caída” de Octavio Paz (1914-1998) constituye un fascinante punto de encuentro con la tradición barroca y la obra de Francisco de Quevedo. Este ensayo se propone estudiar la relación entre el poema de Paz y el Barroco, con especial atención a las resonancias quevedianas, para desentrañar cómo estos elementos se entrelazan y se reflejan en la poética de Paz.

Para entender bien la magnitud de “La caída” incluido en el libro Libertad bajo palabra, es pertinente situarla dentro de su contexto histórico y cultural: en la década de 1940 en México, durante la transición política hacia la democracia, donde, de forma paralela surge un renacimiento cultural que defendía la revalorización y la búsqueda de las raíces indígenas y mestizas del país.

 

Análisis de “La caída”

“La caída” es un poema estructurado en dos sonetos (forma estrófica preferida por Quevedo), cada uno de ellos formado por dos cuartetos y dos tercetos.

Este tipo de soneto se conoce como soneto francoiseses[1] (la cultura francesa ha dejado marca en toda su creación, de ello existe abundante bibliografía).

Ambos poemas tienen rima: “ABBA, ABBA, CDC, EDE”. Son versos de arte mayor, endecasílabos, y con rima consonante.

Estudiamos como ejemplo, la métrica del primer cuarteto del soneto:

 A-bre-si-mas-en-to-do-lo-cre-a-do                 Verso melódico corto. 11sílabas.

                                                                          Ritmo 1, 3, 6, 10. Rima con -ado.

A-breel-tiem-po-laen-tra-ña-de-lo-vi-vo        Verso melódico corto. 11sílabas.

                                                                          Ritmo 1, 3, 6, 10. Rima con -ivo.

Yen-lahon-du-ra-del-pul-so-fu-gi-ti-vo           Verso melódico puro. 11 sílabas.

                                                                           Ritmo 3, 6, 10. Rima con -ivo.

Se-pre-ci-pi-tael-hom-bre-de-san-gra-do         Verso sáfico corto. 11 sílabas.

                                                                            Ritmo 4, 6, 10. Rima con -ado.

Octavio Paz versus Quevedo

La influencia de Francisco de Quevedo en la producción literaria de Octavio Paz ha sido una constante a lo largo de su carrera, comenzando en sus primeros años como escritor. Según el crítico Manuel Ulacia, esta influencia se evidencia inicialmente en los sonetos amorosos de Paz de la década de 1930 (p.105). No obstante, “durante la década de 1940, Paz comenzó a explorar y valorar más profundamente aquellos elementos de la obra de Quevedo que presentaban al poeta en un estado de conflicto y tormento interno” (Mutis, 1979).

Esta transición indica un enriquecimiento en la apreciación quevediana de Paz, evolucionando desde la estructura formal hacia la exploración de cuestiones más profundas y existenciales.

En “La caída”, la voz poética de Octavio Paz entabla un profundo diálogo con la estética barroca y la figura de Francisco de Quevedo, no solo en la temática y el estilo, sino también a través de la adopción de recursos retóricos distintivos de aquel movimiento literario.

El primer soneto refleja una aguda percepción de la efímera existencia humana y la ineludible huida del tiempo, reminiscente de la obra de Quevedo y su soneto: “¡Cómo de entre mis manos te resbalas!” (Quevedo, 2008: 240). El segundo soneto, por su parte, nos adentra en un laberinto de desesperanza, un camino sin retorno ni promesa de salvación.

La obra de Paz se entreteje con la tradición barroca, evidenciando una intertextualidad que va desde alusiones explícitas hasta la integración de preocupaciones estéticas y formales propias de la época de Quevedo.

La antítesis[2], una técnica distintiva del Barroco, es hábilmente utilizada por Paz en “La caída” para profundizar en las dualidades de la existencia. Este recurso, que Quevedo dominaba con una gran maestría, y que se refleja en su célebre soneto “Es hielo abrasador, es fuego helado”, lo retoma Paz para hablar sobre la condición humana, como la vida y la muerte, la presencia y la ausencia, lo eterno y lo efímero.

Por ejemplo, en primer cuarteto del segundo soneto, Paz escribe:

                            “Prófugo de mi ser, que me despuebla

                              la antigua certidumbre de mí mismo,

                              busco mi sal, mi nombre, mi bautismo,

                              las aguas que lavaron mi tiniebla”. (Paz,2022: 127)

Por un lado, tenemos: “Prófugo de mi ser” frente a “la antigua certidumbre de mí mismo”: Aquí, la antítesis se presenta entre la sensación de huir de uno mismo (“prófugo”) y la seguridad o certeza que antes existía (“antigua certidumbre”).

En los siguientes versos: “Busco mi sal, mi nombre, mi bautismo” frente a “las aguas que lavaron mi tiniebla”. De nuevo, se crea un contraste entre la búsqueda de identidad y purificación, y la oscuridad o confusión previa.

Esta antítesis resalta la lucha interna del hablante poético entre la pérdida de sí mismo y la búsqueda de significado. El uso de opuestos crea una tensión emocional y añade profundidad al poema.

Estos versos reflejan las influencias quevedianas en la forma en que Paz contempla la existencia humana como una tensión entre opuestos, una característica esencial del pensamiento barroco.

El simbolismo complejo es otro aspecto del Barroco que Paz incorpora en su poema. Al igual que Quevedo, que utilizaba de forma recurrente símbolos cargados de múltiples significados para profundizar en las reflexiones sobre la moral y la sociedad, Paz emplea también símbolos que evocan reflexiones filosóficas profundas.

Analizamos en este aspecto el segundo cuarteto del segundo soneto:

                            Me dejan tacto y ojos sólo niebla,

                            niebla de mí, mentira y espejismo:

                           ¿qué soy, sino la sima en que me abismo,

                           y qué, si no el no ser, lo que me puebla? (Paz,2022: 127)

En estos versos, se utiliza la niebla como una metáfora para representar la confusión y la pérdida de identidad. La niebla, que impide ver claramente, representa aquí la dificultad de comprender o definir el propio ser, sumergiendo al yo poético en un estado de incertidumbre y desorientación.

En esta imagen se ve claramente como el pensamiento barroco hace huella en la obra de Paz, donde la realidad a menudo se presenta como ilusoria y engañosa. Aquí, la sima se emplea como símbolo de la introspección, lo que nos sugiere un descenso hacia las profundidades del ser. Esta metáfora es afín con la idea de caída que da título al poema, ampliando su significado para incluir no solo una caída física, sino también una caída espiritual y existencial hacia el autoconocimiento o, aunque pudiera parecer paradójico, hacia el reconocimiento de la propia vacuidad.

En el poema, Octavio Paz revitaliza el simbolismo y las figuras literarias del Barroco, destacando el uso del hipérbaton[3] para modular el ritmo y enfatizar la expresión poética. Esta técnica, dominada por Quevedo para conferir complejidad y musicalidad a sus versos, es hábilmente adoptada por Paz, quien la emplea para tejer una textura poética que resuena con la tradición barroca y, al mismo tiempo, refleja su propia sensibilidad moderna y vanguardista.

Paz podría estar empleando esta técnica para crear una sensación de desequilibrio y tensión como tema central del soneto.

Ponemos ejemplo de algunos versos con hipérbaton: “Abre simas en todo lo creado”, “y en la hondura del pulso fugitivo”, “en el abismo de mi ser nativo”, “pierde el alma su sal, su levadura”, y “mana el tiempo su ejército impasible” (Paz,2022: 126).

Otro recurso que encontramos en el poema es la hipérbole. Aquí Paz utiliza este término con el propósito de enfatizar sentimientos: “abre simas en todo lo creado, vértigo del minuto consumado, pierde el alma su sal, su levadura, prófugo de mi ser que me despuebla, y el espejo que soy me deshabita” (Paz,2022: 126-7).

Como se puede apreciar, todo son exageraciones que dan intensidad al poema y remarcan con fuerza lo que el poeta intenta transmitir. Recurso que también lo enlaza con una de las etapas más gloriosas de la literatura española: «Evidente es la maestría de Quevedo en el uso de la hipérbole: ¿Quién no recuerda el desaforado tamaño de los zapatos de: aquel “clérigo cerbatana”, del Buscón, ¿cada uno de los cuales “podía ser tumba de un filisteo”? ¿O a aquel paciente mulato del Sueño del infierno, “que a puros cuernos tenía hecha una espetera la frente”?» (Blanch, 1981: 46).

Otra figura bastante usada por Quevedo y que encontramos en el poema es la metonimia[4], por ejemplo: Pierde el alma su sal, su levadura (Paz,2022: 126): Aquí, la sal y la levadura se utilizan como metonimias para referirse a los elementos esenciales o vitales del alma.

Hasta aquí hemos visto como en “La caída” se refleja la riqueza de la estética barroca, especialmente en el uso de figuras retóricas características de la época, pero la resonancia de Quevedo en la poesía de Paz se evidencia sobre todo en la reiteración de símbolos como el abismo y las cenizas, que, dentro del universo poético de Paz, emergen como vehículos de una angustia que ambos poetas comparten.

Un motivo literario destacado en la poesía barroca es el espejo, que simboliza la introspección y la búsqueda de la verdad más allá de las apariencias:

                            “El espejo que soy me deshabita:

                             un caer en mí mismo inacabable

                             al horror del no ser me precipita”. Idem

Reflejando el célebre verso de Quevedo: Soy un fue, y un será, y un es cansado (Quevedo, 2024:51), se produce una ruptura del yo, incapaz de permanecer en el presente, sintiéndose arrastrado por una corriente interna hacia la muerte: “he quedado / Presentes sucesiones de difunto”.

El yo se fragmenta, dejando de ser una entidad cohesiva para convertirse en algo plural y discontinuo, un fenómeno que un crítico ha descrito, en relación con Quevedo, como una dialéctica de dos nadas (Marcilly, 1978: 79). Paz experimenta una escisión similar en su soneto.

El poeta se enfrenta a su propia multiplicidad y a la inautenticidad de su ser, una lucha interna que refleja una angustia moderna, amplificada por la influencia de Quevedo, a quien Paz ve como un precursor de la modernidad.

Este recurso, que en la tradición barroca servía para explorar la dualidad del ser, en la obra de Paz se convierte en un medio para conectar el pasado con el presente. A través de esta figura, Paz establece un diálogo con Quevedo, reinterpretando los temas barrocos con una perspectiva contemporánea y vanguardista, que responde a las preocupaciones de su época y a su exploración poética personal.

Paz, al igual que Quevedo, explora la condición humana desde una perspectiva que reconoce la caída, no solo en el sentido religioso sino también existencial.

Paz adopta un lenguaje que, aunque moderno, contiene ecos del formalismo y la riqueza léxica del barroco. La elección de palabras y la construcción de las imágenes muestran una clara influencia de la poesía de Quevedo, conocida por su ingenio lingüístico y su capacidad para explorar los abismos del alma del hombre a través de un lenguaje cargado y ornamental.

El barroco, con su tendencia hacia la complejidad, el contraste y la ornamentación, encuentra en “La caída” algo así como un eco contemporáneo.

Paz, al igual que los poetas barrocos, emplea un lenguaje rico y elaborado, lleno de imágenes sorprendentes que buscan capturar la multiplicidad y contradicción de la experiencia humana. Además, la huella de Quevedo se hace patente en la agudeza intelectual y la profundidad filosófica del poema, elementos que caracterizan la obra del poeta español.

La temática de la fugacidad de la vida, el desengaño y la reflexión sobre la muerte, tan presentes en Quevedo, resuenan en “La caída”, donde Paz explora estas cuestiones desde una perspectiva moderna.

Encontramos algo curioso y es que el nihilismo expresado por Paz, resultado de una postura no demasiado cristiana, lo distingue del barroco, aunque el escenario que examinamos detenidamente es el mismo. Se observa al hombre caído, no por la conciencia del pecado, sino por su naturaleza de ser dominado por el tiempo.

Acompañando a una visión existencial negativa y dolorosa, la tragedia del hombre barroco, especialmente del español, radica en haber experimentado el colapso de toda la estructura vital que había construido con paciencia.

Quizá las razones de un autor y otro no sean las mismas, porque teniendo en cuenta la contextualización del poema, de la que hablábamos al principio, podemos apreciar en este poema la angustia que se vivía en una ciudad de México destrozada, que buscaba una salida a sus luchas revolucionarias.

En los dos sonetos que integran el poema, encontramos la historia del hombre enfrentado a su propia condición de humano, en soledad, y en una lucha agónica contra el tiempo.

La intertextualidad con Quevedo se manifiesta en la forma en que Paz dialoga con estos temas, actualizándolos y dotándolos de nuevas dimensiones.

“La caída” condensa de forma magistral la angustia metafísica ante la fugacidad de la vida y la búsqueda de identidad del ser humano, retomando todos esos símbolos barrocos, pero, eso sí, con un lenguaje vanguardista.

No hay que olvidar que la huella de Quevedo en Paz no se limita a retomar símbolos barrocos, sino que implica una profunda afinidad con su concepción del amor, la pasión y la visión desengañada de la existencia humana.

Octavio Paz, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, se declaró descendiente de Lope de Vega y Quevedo (Sánchez Ocampo, 2020: 126); además, en múltiples ensayos y entrevistas, ha reconocido la profunda huella que Quevedo dejó en su obra.                                  En una ocasión, para disipar cualquier duda sobre su admiración, Paz expresó: “Quevedo fue uno de mis dioses” (Staton, 1998: 179). Este reconocimiento destaca la estima que Paz tenía por la maestría literaria de Quevedo y su impacto en la literatura contemporánea. Durante la elaboración de este ensayo, he descubierto una abundancia de estudios críticos que examinan la conexión entre Quevedo y la obra de Paz. Sin embargo, se percibe una necesidad de investigar más a fondo los poemas específicos que reflejan este vínculo.             El destino me guio hacia estos sonetos y, para mi asombro, descubrí un tesoro de referencias y homenajes a este poeta emblemático del Barroco, Quevedo, a quien he admirado fervientemente desde mi primer encuentro con su poesía en la escuela, y que, sin duda, ha sido el catalizador de mi propia pasión por leer y escribir poesía.                                                       

La presencia del Barroco, y en particular la obra de Quevedo, en la poesía de Paz es evidente y ha sido objeto de su propia reflexión. En “Quevedo, Heráclito y algunos sonetos”, Paz contempla la diversidad de registros en la obra de Quevedo, señalando: “Quevedo no es un autor sino muchos; el Quevedo que yo leía en esos años y al que trataba vanamente de imitar era el poeta cristiano y estoico de los poemas al paso del tiempo, al pecado y a la muerte” (Paz, 1994:125).

Esta observación no solo resalta la complejidad de Quevedo, sino que también ilumina la búsqueda de Paz por una poesía que refleje la diversidad del espíritu humano. A pesar de su gran admiración, Octavio Paz, tras leer a Raimundo Lida sobre los manejos de Quevedo, matiza su perspectiva: “Sigo leyendo y admirando al gran poeta y al gran retórico, pero no siento ya la simpatía de antes por su figura” (Paz, 1994: 129).

No es nada sorprendente que Paz haya titulado a estos dos sonetos entrelazados “La caída”,

porque estaba cautivado por el concepto de la caída como un reflejo de la ansiedad existencial, y parece claro que fue la poesía de Quevedo la que le proporcionó el impulso para explorar el abismo como una metáfora de la angustia.

Paz mismo admite la influencia de Quevedo, citando dos versos de Lágrimas de un penitente que lo impactaron profundamente y que él describe como un “diagnóstico de la enfermedad de ser hombres”.

Estos versos, “las aguas del abismo / donde me enamoraba de mí mismo”, anticipan la idea que Paz desarrollaría sobre la caída interna y su relación con los espejos.

Es crucial señalar que los motivos de Quevedo presentes en los poemas de Paz que examinamos son meros préstamos literales y más reinterpretaciones personales de Paz de estos elementos poéticos.

Siguiendo esta línea de pensamiento, se podría decir que el abismo y las cenizas en “La caída” no son meras traslaciones de la poética quevediana, sino más bien ecos del poeta barroco a través de la mirada de su lector contemporáneo, evidenciando una influencia significativa.

La poesía de Paz, enriquecida por la sombra de Quevedo, se erige como un puente entre el pasado y el presente, entre la tradición y la modernidad, y entre la certeza y la duda.

 

Conclusión

Al adentrarnos en “La caída” de Octavio Paz, nos encontramos no solo con un eco del Barroco, sino con un espejo que refleja nuestras propias inquietudes existenciales. Este poema podría haber sido un homenaje a Francisco de Quevedo[5], porque es un puente tendido sobre el abismo del tiempo, conectando el ayer con el hoy, el yo con el otro.

En cada verso, Paz no solo dialoga con Quevedo; nos invita a nosotros, los lectores, a sumergirnos en ese diálogo, a sentir el vértigo de nuestras propias caídas y contemplar la fugacidad de nuestra existencia.

La poesía de Paz, enriquecida por la sombra de Quevedo, se convierte en un espacio donde la angustia y la belleza coexisten, donde la búsqueda de identidad se entrelaza con la aceptación de nuestra propia transitoriedad.

En este poema, Paz logra algo extraordinariamente humano: transforma el lenguaje en un lugar de encuentro, un lugar donde las palabras del pasado resuenan con urgencia contemporánea, donde las preguntas de Quevedo se convierten en nuestras preguntas, donde la poesía se revela como un acto de resistencia contra el olvido.

Este poema es un recordatorio de que, a pesar de los siglos que nos separan de Quevedo, las grandes preguntas sobre el amor, la vida y la muerte siguen siendo las mismas.

Paz, al reinterpretar estos temas barrocos, no solo nos muestra su maestría como poeta, sino que también nos ofrece una mano, guiándonos a través de la complejidad de nuestras propias emociones y pensamientos.

En última instancia, “La caída” es un testimonio de la capacidad del arte para conectar épocas, culturas y almas. Octavio Paz, al igual que Quevedo en su tiempo, se erige como un faro de la condición humana, iluminando nuestras luchas internas y externas, y ofreciéndonos, a través de su poesía, un refugio donde podemos enfrentar nuestras propias caídas con una mezcla de temor y asombro.

Espero que este ensayo haya servido no solo para apreciar la profundidad de la influencia quevediana en la obra de Paz, sino también para inspirar una reflexión más profunda sobre cómo la poesía, ese arte sublime y eterno, sigue siendo un espejo en el que podemos, y debemos, mirarnos para entender mejor no solo a los poetas, sino también a nosotros mismos.

 

Bibliografía

Lope Blanch, J. M. (1981). “Una nota sobre el estilo de Quevedo”. Thesis. Nueva Revista de filosofía y letras.

Marcilly, C. (1978) La angustia del tiempo y de la muerte en Quevedo. Francisco de Quevedo. Ed. Gonzalo Sobejano: pp. 71-85.

 

Mutis, AM (1979). Francisco de Quevedo en dos poemas de Octavio Paz. Universidad de Murcia. Recuperado de 

https://hpr-ojs-tamu.tdl.org/hpr/article/download/186/172

Paz, Octavio (1994). Fundación y disidencia. Dominio hispánico. Obras completas del autor 3. México: Fondo de Cultura Económica.

Paz, Octavio (1988). Libertad bajo palabra. Edición de Enrico Mario Santí. Catedra.

Quevedo, F. (2008). Obras completas de Don Francisco de Quevedo Villegas: Edición crítica, ordenada. Recuperado el 20 de abril de 2024, de https://ia800907.us.archive.org/21/items/obrascompletasde02quev/obrascompletasde02quev.pdf

Quevedo, F. (2024). Antología poética. Recuperado de https://www.elejandria.com/libro/antologia-poetica/de-quevedo-francisco/2134

Staton, A. (1998). Octavio Paz y la sombra de Quevedo. En Inventores de tradición: ensayos sobre poesía mexicana moderna (1ª ed., Vol. 38, pp. 179–204). El Colegio de México. Recuperado de https://doi.org/10.2307/j.ctv43vsg5.9

Sánchez Ocampo, Juan Manuel (2020). «Quevedo en diálogo con Buxó, Arreola, Borges y Octavio Paz». Argos, 7 (19): p. 126. Recuperado de http://www.argos.cucsh.udg.mx/pdf/n19_2020a/122_137_2020a.pdf

Ulacia, Manuel. El árbol milenario: un recorrido por la obra de Octavio Paz. Editorial Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, 1999.

 



[1] Es una variante del soneto clásico cultivada sobre todo por poetas franceses, de los que Joachim du Bellay y Pierre de Ronsard son sus máximos exponentes. Odisea, 16, 77. (2015).

[2] Figura retórica que se utiliza para describir el opuesto exacto de algo.

[3] Alteración del orden lógico o gramatical de las palabras en la oración

[4] Sustituye un término por otro con el que guarda una relación de contigüidad.

[5] El poema “La caída”, fue dedicado por Paz a la memoria de Jorge Cuesta (poeta y ensayista) que fue amigo del escritor y el primero que reseño una obra suya: Raíz de hombre en 1937 (Paz, 1988:126).


Raquel Fraga Sánchez

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